DATOS HISTÓRICOS
En 1571, el historiador Esteban de Garibay establecía 1469 como fecha aproximada de la aparición de la Virgen de Aránzazu; el lugar era la falda de la elevada montaña de Aloña, en jurisdicción de la villa de Oñate, provincia de Guipúzcoa.
En 1493 ocho religiosos de la Orden de la Merced, dirigidos por Fr. Pedro Arriarán, se establecen en el lugar, fundando así la primera comunidad de religiosos de la provincia de Guípúzcoa; sin que se sepan las causas, abandonan Aránzazu antes de concluir la obra emprendida. Tras varios años de disputas entre la Orden de los Dominicos y la Orden de San Francisco por su establecimiento en Aránzazu, el 22 de abril de 1514, la Rota Romana fallaba definitivamente la propiedad del Santuario de Aránzazu a favor de la Orden Franciscana.
A los cuarenta años escasos de su permanencia, en 1553, los franciscanos sufren el primer incendio del convento; entre otras muchas cosas, todo el archivo queda reducido a cenizas. Catorce años tardan en levantar el nuevo convento, edificio que con el paso del tiempo resultaba insuficiente; así, en 1621 se celebra solemnemente la bendición del nuevo templo, en cuya edificación se invirtieron dieciocho años de trabajo; muchos años para tan corto espacio de vida. El 14 de julio de 1622, sucede el segundo incendio del convento, sin que nada pueda salvarse.
El número de religiosos que habitaban el convento en esta época, al decir unánime de los antiguos historiadores del Santuario, oscilaba entre los 70 y los 80. No obstante la magnitud de los destrozos de este incendio, en un corto espacio de tiempo, no especificado, la comunidad ocupa la nueva edificación. El resto de este siglo XVII y todo el siglo XVIII, transcurre pacíficamente en la vida de Aránzazu.
La primera mitad del siglo XIX es de signo negativo para Aránzazu; persecuciones a sus’ moradores, destierros y secularizaciones. Motivos complejos dan lugar a órdenes de evacuación y de retorno[1]. Así en 1809, los franciscanos fueron expulsados del Santuario; vueltos a él, en 1811 fue detenida la comunidad y llevada a Vitoria, Bayona y Monmedi; no pueden regresar hasta una vez finalizada la guerra de la independencia. En setiembre de 1822 registran minuciosamente el convento, intentando provocar un incendio.
La guerra carlista constituyó el remate de esta serie de acontecimientos: en agosto de 1834, y por tercera vez se quema el convento, ésta vez de forma intencionada; Rodil, general del Ejército del Norte, dio la orden de incendiar el Santuario. Muchas cosas importantes perecen en él, entre otras la biblioteca, el archivo…; no ha podido explicarse hasta el momento la forma en que se salvaron las partituras musicales.
Si hasta entonces los religiosos pudieron sobrevivir, este acontecimiento supuso el comienzo de un largo paréntesis en la vida comunitaria de Aránzazu. En efecto, la Comunidad no volvió a establecerse definitivamente hasta 1878.
[1] Anasagasti, Pedro de, Aránzazu (Pamplona, Ed. Gómez, 1961) págs. 72-73.