Perfil musical de Pablo Sorozábal
conferencia pronunciada por José Luis Ansorena
Presentar el perfil musical de Pablo Sorozábal es una tarea que depende sustancialmente de la visión de la persona que la realiza. En términos generales, yo contemplo tres etapas diferenciadas en la actividad del compositor Pablo Sorozábal. Las dos primeras, claramente diversas: su época de sinfonista, que abarca la década de los años veinte; su época de músico lírico-teatral que abarca desde 1930 hasta 1968, año que concluye su ópera Juan José. Su tercera época supone un regreso a su vocación de compositor de música pura, alternando con la música de teatro, desde 1950 hasta su muerte.
Desde Madrid y provincias se habla casi exclusivamente de un Pablo Sorozábal, autor de zarzuelas. Desde el País Vasco predomina la imagen del creador del popularísimo Maite y de un buen número de obras corales, obras para txistu, la Marcha de Deba y en estos últimos años ha adquirido especial relieve su figura como autor de su Gernika. Para un porcentaje minoritario de aficionados es además el autor de un apreciable fondo de música instrumental, sinfónica o de cámara.
Los comienzos en la música
A pesar de estos considerandos, mi visión particular quiere fijarse en un perfil humano, directamente relacionado con el compositor. Se trata de su carácter de luchador incansable. Pero ¡ojo! no estoy refiriéndome a su permanente lucha con las instituciones, ante las que nunca claudicó, sino a su constante lucha consigo mismo.
Esta lucha en muchos momentos se convierte en verdaderos dramas íntimos, cuyo desarrollo hemos llegado a conocer por la gran sinceridad con que públicamente se confesó siempre. Las memorias escritas con el título de Mi vida y mi obra son la base de la contemplación de un Pablo Sorozábal lleno de nobleza e integridad, aspirando siempre a las metas más elevadas y sometiéndose constantemente a una severa autocrítica. Consideramos que este aspecto de su figura dibuja con trazos perfectos el perfil musical de Pablo Sorozábal. Y podemos decir que en él están resumidos los problemas de la mayor parte de los músicos vascos más destacados. Citemos algunas palabras suyas, que son un verdadero autorretrato y nos ayudarán a comprender posteriores afirmaciones:
«… Mi rebeldía juvenil aumentaba… y en más de una ocasión me distinguí al adoptar gestos de rebeldía que, gracias a la comprensión y buenos sentimientos de Arbós, no tuvieron malas consecuencias para mí.»
«… De no haber sido tan corto mi plazo de servicio militar, hubiera tenido que acabar desertando o en prisiones militares, pues mi carácter no podía someterse a tal disciplina…»
«… Mi carácter bohemio y anárquico era totalmente incompatible con la sociedad bilbaína…»
«… Cuántas veces en mi vida tuve que arrepentirme de frases que salieron de mis labios impulsivamente, pero que no estaban de acuerdo con mi forma de sentir…»
Puede decirse que la primera batalla que un músico tiene que soportar en su vida, tiene lugar en el momento crucial en que decide profesionalizarse.
Pablo Sorozábal (Leipzig, 1920)
"...en Alemania estuve desde octubre de 1920 hasta febrero del 1933..."
Pablo Sorozábal era violinista desde muy jovencito, pero fue al terminar su servicio militar en 1919 cuando se planteó la idea de trasladarse a Madrid para darse a conocer como compositor. Se incorpora allí a la Orquesta Filarmónica, con el mísero sueldo de cinco duros por concierto con la obligación de ensayo diario. Esta situación exige la búsqueda de puestos de violinista en cafés y similares. Pablo Sorozábal trabaja entre tanto en su Capricho español y en el Cuarteto en Fa, que llevaba entre manos. El ansia de triunfar como compositor crea en él la necesidad de ampliar su formación. La lectura de las memorias de Schumann, que describe la vida musical de Leipzig, provoca en él la obsesión de trasladarse a esta ciudad. Consigue una beca del Ayuntamiento de San Sebastián y más tarde de la Diputación de Gipuzkoa, y en 1920 inicia su aventura en Alemania. Estudia contrapunto con Stephan Krehl y dirección de orquesta con Hans Sitt. Esta década de los años veinte se caracteriza por su concienzuda preparación, que dio como fruto una larga lista de obras compuestas durante este tiempo de estudio, así como su seria iniciación a la dirección de orquesta. De 1922 datan varias de sus obras corales (Arrosa lilia, Bentara noa, Kuku bat badut,…); en 1923 compone su Suite Vasca, para coro y orquesta; en 1924 compone varias obras para violín y piano y otras para coro; en 1925 compone la partitura sinfónica Dos apuntes vascos y, a continuación, Gabiltzan kalez-kale, Bigarren kalez-kale y Baserritarra, partituras para coro y txistus. Sorozábal fue el primero que unió voces con txistus. En 1927 compuso su gran obra Variaciones sinfónicas sobre un tema vasco; en 1928 el Gernikako arbola para orquesta; en 1929 los Siete lieder y Donostia, para banda de txistu.
Durante los veranos Pablo Sorozábal regresaba a San Sebastián y algunos círculos de amigos le preparaban la ocasión de dirigir alguna orquesta donostiarra, con la que estrenó gran parte de las obras señaladas. Así pudo ser profeta en su tierra. En uno de estos veranos, un donostiarra preguntó a Sorozábal si con sus obras sinfónicas ganaba mucho dinero. Al confesarle que no le producían ni un céntimo y sí bastantes gastos, el interlocutor se rió de él y le habló de Jesús Guridi, que acababa de estrenar una zarzuela, titulada «El Caserío», que le producía muchos derechos de autor. Esto le dio mucho que pensar. Contaba ya treinta años y no tenía nada. Las becas se habían concluido. La idea de la zarzuela le parecía una claudicación. Él aspiraba a dedicarse a la música sinfónica, a la música pura, pero se daba cuenta de que eso era imposible y no conducía más que a la miseria.
Un secretario del maestro Lassalle, personaje excéntrico que tenía su propia orquesta en Madrid, le contrata para dirigir un concierto de música vasca en 1928. La ocasión era excelente, pues en el programa incluyó sus Dos apuntes vascos y sus Variaciones sinfónicas sobre un tema vasco, para concluir con su Gernikako arbola, escrito para esta ocasión. Así él se dio a conocer como compositor y director de orquesta en Madrid. Aprovechó este viaje para ponerse en contacto con Emilio González del Castillo y Manuel Martí Alonso, autores de libretos. Con ellos nació la idea de Katiuska. De regreso a Leipzig, comenzó a trabajar la partitura. En sus difíciles contactos con los de Madrid, que debían asesorarle en la creación de Katiuska, palpó cierta reticencia, porque el concierto que había dirigido en la capital de España le había valido la fama de «técnico», algo que en el ambiente teatral era una maldición. Pero Sorozábal siguió trabajando con gran fe en sus posibilidades. Las alternativas se fueron sucediendo, hasta el 27 de enero de 1931, día en que se estrenó. El paso dado era transcendental. Sorozábal había dado a su vida de compositor un rumbo distinto.
Entrevista a Pablo Sorozábal (1986)
En 1944 un escritor de la revista Ritmo le hizo una entrevista con preguntas como éstas:
– ¿Qué impresión le causó el éxito inicial, como compositor lírico?
– Tremenda. Verá. Yo, director de la Grotrian Steinweg-Orchester, sustituto de Golschmann en la dirección de la Orquesta Sinfónica de Bilbao, enamorado con el cerebro y el corazón de los grandes compositores clásicos; yo, autor de sinfonías, cuartetos, suites, variaciones, etc, etc, yo, repito, consideraba que no había más música que la de Beethoven para arriba. No quería descender de lo más alto en que me encontraba… Pero cuando decidí hacerlo, atraído por la realidad de la vida, sufrí el mismo sonrojo que sufre la mujer honrada al apartarse de la virtud…
Ya está Pablo Sorozábal en el camino del triunfo artístico y económico. Es cuestión de elegir buenos libretos y entregarse de lleno a escribir música sin descanso. Pero en su eterno sueño de aspirar a lo mejor, proyecta revolucionar la zarzuela, infundiéndole un mayor nivel a su estilo musical. Compone Adiós a la Bohemia, sobre un texto de Pío Baroja. Sabe que es una partitura de minorías. Pero durante mucho tiempo defiende que es lo mejor que ha escrito. El público la acoge fríamente. El dinero que gana con Katiuska lo pierde con Adiós a la Bohemia y su mujer titula esta obra “Adiós a la taquilla”. Sorozábal, en adelante, desea llegar al público, pero haciendo la mejor música. Se entrega con frenesí a la composición de nuevas partituras. En ocasiones el exceso de trabajo, casi siempre con premura, le supuso serios trastornos de salud. Así se fueron sucediendo:
– ¿Y qué le sucedió entonces?
– Pues sucedió que después de mi primer éxito en Katiuska, que tanto sorprendió al público y a la crítica, establecí un fuerte contacto con la tradición musical, y mi sorpresa fue enorme al estudiar a Barbieri, Chapí, Giménez, Bretón, Chueca, y me llené de gozo y sentíme puro, sin culpa de pecado, ya que en el género lírico, chico o grande, caben las obras del más alto valor artístico; y fue entonces cuando nació en mí el más profundo patriotismo y la más apasionada atracción a la tradición musical española… Porque lo único que tiene algún valor musical entre todo lo escrito en España, está en el género chico y en el sainete. Lo que tiene valor en el género sinfónico, ha nacido de ahí, de esa tradición, de ese género chico. He ahí el caso de Falla, el más portentoso y genial compositor español. Su obra es personal, sus formas sinfónicas son únicas y sorprendentes; pero los ritmos, cadencias y modulaciones son materiales que han salido de la tradición…
- La Guitarra de Fígaro, escrita sin ganas, forzado por determinadas circunstancias.
- La Isla de las Perlas, trabaja con gran entusiasmo, pero no cuajó.
- El Alguacil Rebolledo, obra sin importancia, no pasó nada.
- Sol en la Cumbre, no dio mucho que hablar.
- La del Manojo de Rosas, partitura dedicada a su hijo, que nació mientras la componía. Alcanzó siempre grandes éxitos.
- No me olvides, pronto fue olvidada.
- La Casa de las tres Muchachas, adaptación de una opereta de Schubert, que gustó mucho.
- La Tabernera del Puerto, uno de sus grandes éxitos en todas partes.
- La Rosario y Cuidado con la Pintura, ambas desambientadas por problemas políticos en 1939.
- Black, el Payaso, éxito aplastante.
- Don Manolito, otro gran éxito.
- La Eterna Canción, más éxito artístico que comercial.
- Los Burladores, gran éxito.
- Entre Sevilla y Triana, Brindis, Las de Caín, Pepita Jiménez, conocieron éxitos de muy distinta naturaleza.
Mención especial merece su drama lírico popular Juan José, partitura en la que invirtió once años de esfuerzo constante. Para su autor es lo mejor que salió de su pluma. Si tiempo atrás defendió que Adiós a la Bohemia era lo mejor de su obra, después puntualizó que fue la preparación de Juan José. Desgraciadamente, lo que el autor califica como su mejor obra, no ha podido ser estrenada hasta 2016.
Como se ve, la década de los años treinta fue su etapa de operetas y zarzuelas, escritas con mucho talento escénico, gran técnica y mucha imaginación. Precisamente su procedencia del campo sinfónico, como Usandizaga y Guridi, le sirve de seguridad y confianza, para moverse con gran facilidad en la armonía y en los efectos orquestales. Hay notable diferencia en su concepto de la música sinfónica, de mayores desarrollos y ropaje más complejo, y la música lírica, de recursos más ágiles. No acepta tomar un libreto para “llenarlo” de música. Hay que dejarlo semi vacío. Lo contrario es como ir a Etxalar a cazar palomas con cañón. Empleó más que nadie temas populares en sus zarzuelas y acertó siempre en el equilibrio entre la voz y la orquesta. Algunos de sus títulos y
fragmentos de sus zarzuelas han dado la vuelta al mundo en la voz de los mejores cantantes españoles.
La historia de la zarzuela ha conocido muchos altibajos. Con Pablo Sorozábal le llegó la resurrección. Con la muerte de Sorozábal, ¿ha llegado la muerte de la zarzuela?
Queremos apuntar un problema específico de Sorozábal, autor de zarzuelas. El gran compositor vasco no escribió ninguna zarzuela vasca.
Según él “no aceptaría jamás el libreto de El Caserío, que no tiene nada de vasco”. En cuanto a La Tabernera del Puerto, su libreto iba destinado a Guridi, pero por hallarse muy ocupado, se lo pasaron a Sorozábal. La acción se sitúa en un pueblo imaginario, Cantabreda, porque no quiso que fuera una costa vasca localizable. Se advierte que sucede en el Cantábrico, concretamente entre Santoña o Castro Urdiales y Fuenterrabía. Por eso contiene temas vascos y montañeses. Pero no hizo una obra estrictamente vasca, porque le faltó el libreto. Hacer algo vasco auténtico, con personajes que se mantengan en pie, es muy difícil. Con Baroja sí que hubiera salido. Ya tenían mucho adelantado. La iban a situar en la guerra carlista, tema que Baroja dominaba, pero vino el 18 de julio y lo estropeó todo. Las tentativas de otros compositores, como Azkue con Bizkaitik Bizkaira o Pasa de Chimbos, El Zortziko de Miguel de Ismael Echazarra, Joshe Martín, el tamborilero de Gerónimo Giménez, Miguel Andrés de Joaquín Larregla, Zorigaitztoko eguna de José Olaizola, Naste-borraste de Juán de Orúe, etc. o cuajaron y han quedado en el olvido. La única que resiste el paso del tiempo es El Caserío de Guridi, pero gracias a su música, no a su pobre libreto. ¿Hubiera acertado Sorozábal en la creación de su zarzuela vasca, en la que habría puesto todo su empeño y sabiduría?
Su etapa de zarzuelas, operetas, comedias, sainetes, etc. se estira hasta 1964. Ya hemos visto cómo en la década de los años treinta compuso diez partituras del género. En la de los años cuarenta escribió siete y, hasta 1964, escribió otras seis más. También escribió la música para tres películas: Jai-Alai, de donde procede su famoso zortziko Maite; Marcelino, pan y vino; María, matrícula de Bilbao. Entre tanto ¿Qué había sido del compositor técnico y sinfonista de los años veinte?
Cuando su actividad teatral amainó un tanto, como compositor y como intérprete-director de compañías, por los años cincuenta y sesenta regresó a su mundo musical de origen. En 1951 escribió Victoriana, suite orquestal sobre coros de Tomás Luis de Victoria. En 1952 escribió la suite coral Neskatxena, dedicada al Coro Maitea y la suite Chantons, mes chers amis, dedicada al Coro Easo. Estas y otras canciones, compuestas anteriormente, fueron editadas en New York con el texto en euskera e inglés. En 1956 compone ¡Ay, tierra vasca! (Euskalerria) y en 1966 su obra preferida, la marcha fúnebre Gernika, que después la convertiría en eusko-kantata para coro y orquesta. De las cuatro versiones de su Gernika, la cuarta, para gran coro popular y fanfarrias, permanece inédita. Posteriormente, y en años espaciados, compuso Zortziko de las Bateleras y Dos Danzas, para banda de txistu. Lili pollit bat y la colección de Ocho canciones vascas para coro o dúo con guitarra. Ya s’ha muerto el Burro, para coro. La Marcha de San Sebastián y Ara nun diran, para voz y orquesta, así como el ballet Vino, Solera y Salero. En esta etapa más serena de su vida, revisó muchas de sus obras anteriores. Por esta razón es fácil encontrar distintas versiones de una misma obra, procedentes de la pluma del propio Pablo Sorozábal.
Entre todas estas obras no hay ninguna de pretensiones sinfónicas, y las que contienen plantilla orquestal presentan un estilo mucho más próximo al Sorozábal lírico que al primitivo Sorozábal sinfonista.
Esta es mi visión personal de las tres etapas del compositor Pablo Sorozábal. En las tres brilló con una gran personalidad y en las tres se debatió en profundidad por llegar a la meta más alta del divino arte.